Buenos Aires. El Cine como brújula: Rescatando pueblos olvidados

Septiembre 2025
A través de obras como ‘El espanto’ y ‘La gente del río’, estos cineastas iluminan la vida en la provincia de Buenos Aires mostrando la riqueza cultural de estos pueblos
EVENTO FINALIZADO

El cine, especialmente el documental, juega un papel crucial al dar voz a comunidades olvidadas.

Los realizadores Martin Benchimol y Pablo Aparo han explorado esta función a través de sus obras, destacando lugares que, por mucho tiempo, han estado en las sombras. Documentales como El espanto (2017) y La gente del río (2012) son ejemplos perfectos de cómo una cámara puede transformar la percepción de la realidad.

En estos documentales, Benchimol y Aparo no solo registran la vida en diversos pueblos de la provincia de Buenos Aires, sino que también los presentan con un enfoque que mezcla curiosidad y profundo respeto. Cada escena es un testimonio de la humanidad que habita en cada rincón.

A través de su trabajo, estos cineastas nos invitan a reflexionar sobre la importancia de estos pueblos, que antes se creían relegados al olvido. Al darles visibilidad, Benchimol y Aparo contribuyen a que sus historias se cuenten y se habitúen en nuestra memoria colectiva. Así, el cine se convierte en una brújula que señala la existencia y la valía de estos lugares, permitiendo que todos podamos habitar en sus relatos y vislumbrar las vidas que allí se desarrollan.

La gente del río, el relato comunitario

La gente del río nos sumerge en Ernestina, un pequeño rincón del partido de Veinticinco de Mayo, que parece flotar en una orilla paralela del mundo. Acá, el río Salado no pasa: permanece. No fluye como un paisaje de fondo, sino que se instala como una presencia que observa.

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La excusa narrativa es un misterio menor pero contundente: unos robos en la playa del río con posibles sospechosos, pero lo que emerge en el plano general no es una intriga policial, sino una puesta coral donde el pueblo se narra a sí mismo. Cada testimonio es un primer plano; cada vecino, un narrador. Entre la desconfianza y la complicidad, entre el rumor y el recuerdo, Ernestina se interpreta a sí misma en un documental que deduce cierto realismo encantado, con un poco de comedia y crónica barrial.

Los directores visitaron el pago durante un año y medio, donde conocieron a otros vecinos de lugares cercanos, lo que permitió el envión de la segunda película. El film inicia con una vecina recitando un poema «Ernestina es el nombre de mi pueblo tan querido, es humilde, es tranquilo, tiene un carisma especial. Seguro esa noble dama que le regaló su nombre, también le entregó su alma y así se quiso quedar».

Ver La gente del río es como estar en un patio de tierra al caer la tarde, rodeado de sillas y olor a pasto mojado, mientras uno o varios personajes comienzan a contar sus historias, ellos son los protagonistas y están retratados con respeto e integridad.  Los silencios pesan tanto como las palabras y la risa brota sin aviso.

El cine argentino rescató de la memoria las pocas pero fuertes calles de Ernestina, una de sus protagonistas lo expresó en la película. «Este es un pueblo en el olvido y el más antiguo del partido. Es el más antiguo y el más olvidado».

El largometraje propone levantar del olvido a este lugar y sus historias, su forma de organizarse y vivir en comunidad.

El espanto, curar como acto colectivo

El Dorado, el nombre ficticio que utilizaron los narradores, tiene como locación a Pedernales, Sol de Mayo y Elvira, donde se filmó El Espanto (2017).

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La película no trata sobre un caso aislado ni sobre un curandero particular. Es sobre una comunidad entera que practica sus propias formas de medicina, con rituales heredados, saberes populares y una naturalidad desconcertante. Para cada dolencia hay una solución artesanal: plantas, palabras, manos, objetos. Menos para una. El espanto. Un mal difuso, ancestral, inexplicable, que sólo puede curar uno: Jorge, un hombre que vive en los márgenes del pueblo y cuya casa se visita casi como si se tratara de una gruta milagrosa.

La película no juzga, no explica, no se burla. Simplemente observa. Escucha. Deja que El Dorado hable con su propia voz. Y en esa voz se cuela algo más profundo: la dignidad de un pueblo que encontró en la autogestión de sus males una forma de resistencia.

La película construye un retrato colectivo, en el que lo cotidiano y lo misterioso conviven sin estridencias. Hay humor seco acompañado de sabiduría popular. En cada escena se revela una manera particular de habitar el mundo, de acompañarse, de encontrar respuestas donde no llegan los sistemas de salud. No se trata de romanticismo rural: se trata de otra forma de saber, de sobrevivir, de cuidar.

Pantalla grande para pueblos chicos

No es casual que estas películas nazcan del formato de cine documental. Hay algo en la mirada de Martín Benchimol y Pablo Aparo que mezcla curiosidad sin cinismo, proximidad sin invadir, y que logra lo que pocas cámaras pueden: hacer visible lo que estaba, pero nadie veía.

«La experiencia de filmar en estos pueblos fue sorprendente y preciosa, de mucho intercambio. Las películas se fueron haciendo a medida que conocíamos a las personas, no teníamos un guión preestablecido, fue surgiendo cuando hablábamos con los habitantes, los protagonistas, así fueron tomando una forma específica» , expresó Benchimol.

Leonardo Favio, cineasta y cantautor argentino, una vez dijo «El cine nos narra, le cuenta al mundo como somos». La voz de estos pueblos recorre el mundo a través de festivales nacionales e internacionales, una forma cinematográfica de narrar costumbres propias, lenguaje y dignidad. Argentinas.

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«Pasamos tanto tiempo en Ernestina, además del estreno en el pueblo, que para la segunda película ya nos conocían como los chicos que habían hecho La gente del río. Se generó un sentido de pertenencia. También habla de nuestra forma de trabajar, que es permanecer en los lugares y nos dejó construir un vínculo que enriqueció la trama y eso nos dio una cercanía con los personajes» , agregó.

En tiempos donde todo parece correr, el cine de Benchimol y Aparo nos propone detenernos. Mirar lo que está al costado. Ir por caminos de tierra. Escuchar con atención. El Dorado y Ernestina, con sus historias tan distintas y a la vez tan parecidas, nos enseñan que los pueblos bonaerenses tienen mucho para decir.

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